Siempre pensé que esto era más de gente que convive con el sufrimiento con facilidad, pero creo que estoy equivocado.
Si estás o eres feliz hay una pizca de alegría que te lleva subido, todos lo sabemos, pero si la tristeza te encuentra en algún punto del recorrido se agarra a tus pies y los hace de plomo.
No se si el infeliz corre para dejar atrás la realidad de su vida o para tratar de tener una experiencia cercana a "alcanzar aquello que desea", pero corriendo no se cambia nada ni se alcanza nada.
Corriendo se es todo lo triste que se es, no hay caretas ni disimulos. Si la pena estaba oculta se te planta en medio de una recta o al final de una cuesta, en cualquier lugar. Pero termina apareciendo.
Quizá los maratonianos no estemos mas capacitados que los demás para asumir el dolor, la pena o la tristeza, pero sí para mirarla de cerca sin asustarse. Y seguir corriendo.