5.22
5.06
4.56
4.53
4.43
4.50
4.34
5.04
4.53
5.11
5.20
5.16
5.51
5.39
6.04
6.35
5.01
4.27
5.43
6.02
6.22
Los
primeros kilómetros son de acoplamiento. De mirar mucho cómo va el pie, tanto
el aquiles como el talón, y tratar que en la medida de lo posible la zancada
salga mínimamente fluida.
La
cena del día anterior (la misma piedra donde acostumbro a tropezar, y a
sabiendas) extrañamente no supone ningún problema, ni me siento pesado
(estándolo) ni voy torpe (siéndolo).
Extrañamente
fluyo a ritmos medios. Mentalmente me fijo un reto: no desgastarme
innecesariamente ahora porque se el lugar correcto para hacerlo: en la bajada
de El Pardo.
En
el tercer kilómetro comienza la escabechina de novatos. Una gran bajada en la
que el cuerpo te pide dar cera, pero si en el kilómetro 8 estas fundido la
minutada de la cuesta de El Pardo es antológica.
En
esta carrera puedes ir lento pero si conservas las fuerzas para lanzarte al
final.
Paso
el primer avituallamiento y el agua está congelada. Dos sorbos y la dejo. No
volveré a beber, son solo 21k.
Cuando
termino de bajar me junto a un grupo de corredores a 5´ y me uno a ellos un
rato. Veo que mis pies van bien, no hay sobrecarga y que no ha habido
desgaste físico. Abro un gel (comprado el día antes) y guardo la tapa en
forma de bolita en el bolsillo de mi pantalón (tirar las cosas al suelo está
mal).
Me
descojono porque en la semana anterior no fui capaz de hacer 7k en dos
ocasiones y ahora iba bien pasando de la decena.
Cuando
has corrido por esos sitios en competición y en tirada larga, solo, con
gente, con amigos, con compañeros de club, vamos, de todas las formas
posibles, se te queda grabado a fuego cada cuneta, cada curva y cada repecho
del recorrido.
Antes
de llegar a El Pardo me recompongo y tiro con precaución, me acabo el gel y
lo tiro a la basura.
Al
girar donde el cuartel me clavo en los 6 minutos sin ápice de vergüenza
torera y me pasa medio pelotón.
Pasito
a pasito, eligiendo ciudadosamente la cadencia, el lugar y el modo donde
pisar. No dejo que se me suba ni una pulsación, mantengo el exacto nivel de
esfuerzo. Y van pasando corredores.
Las
cuestas se suceden una detrás de otra. Parecen inacabables.
A
medida que subo, voy alcanzando a los que me pasaron un poco antes y me digo
a mi mismo que lo estoy haciendo bien y que mi cuerpo me deja hacer lo que se
hacer.
Pacientemente
llego a lo más alto a paso de tortuga.
Ese
punto es el lugar donde generalmente nos damos la vuelta en las tiradas
largas. Si, allí donde la gente acaba exhausta yo pienso que vuelvo a
casa, y ya sabes que así se corre diferente.
En toda carrera hay una parte donde vas y otra donde vuelves. Cada una se corre con un sentido propio.
A
medida que la carretea pierde su inclinación mantengo el mismo nivel de
esfuerzo, jodidamente clavado, lo que antes me llevaba a ir casi andando
ahora el desnivel favorable me lleva a dejarme caer con rapidez, me sitúo a
la izquierda de la hilera de corredores y comienzo a darle cera de la buena.
No hay dolor, es cuesta abajo y estoy en competición, así hasta alcanzar un
kilómetro a 4.27.
Y
me vacío.
Llegando
a Montecarmelo saco el segundo gel, comienzo a tomarlo pero lo tiro a la
papelera nada más empezarlo, esto ya no consiste en "poder" ni en
"querer", esto va de volver, en el sentido amplio y profundo de la
palabra.
Subo
Montecarmelo como una tortuga a 6 minutos, encaro Tres Olivos y eso ya es
pista de atletismo en mi mente.
Paso
delante de casa, me acuerdo de lo malos meses pasados, de las muletas, del
walker, de no poder andar, de ver las maratones pasar y sin fuerzas de
ninguna clase nos metemos en la pista del club, toco la blandura de esa pista
humilde y parcheada, y pongo ritmo de 400ml (chuliqueo), paso de la calle 1 a
la 2 y de ahí a la 3, vuelvo a la 2, paso por la curva, me abro y con el
último suspiro tomo la decisión más importante de la carrera .....
¿corazoncito o Bolt en la entrada a meta?.
La
respuesta en el 1.55.08, el tipo de gris con barba.
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