En cinco horas y media de carrera pasan muchas cosas.
Veo a los amigos del club como cada año. Me despido de mi compañero de maratones que sigue en su cajón de los pro.
En mi mente solo tenía una pregunta ¿qué coño hago aquí?
El maratón es una historia de memoria y aprendizaje. Tu te puedes preparar para correr, pero hay una parte que está instalada en tu cabeza que es lo que te hace no volverte a casa y mandar todo a paseo. Si llego al 10, sigo hasta el 20, y si llego al 20 sigo al 30, y si llego al 30 ya lo termino. Todo eso independientemente de lo que hayas entrenado.
Y yo no lo había entrenado. Llevo un año terrible en todo, no lograba hacer 4 kilómetros seguidos. Estoy muy pasado de peso. Mi mejor marca la logré pesando 75 Kg y ahora estoy en 89kg.
Curiosamente en las dos veces que hice tirada larga antes del maratón mi cabeza me permitía hacer distancias de 15 y 17 k sin parar y acabando más o menos bien.
Comienzo la carrera con trote cochinero con la idea de llegar así hasta donde se pueda. Así aguante hasta la Casa de Campo. A partir de ahí todo fue caminar correr hasta la meta.
Correr un maratón en 3:21 es fácil, lo difícil es entrenarlo durante el año previo para correr así. Correr en 5:30 es fácil si tu cabeza no te permite dejarlo, pero la lectura que me hago es si estoy en mi sitio o ya es momento de decir adiós.
Me mantengo porque mi amigo sigue yendo a esto, le sigue importando que yo esté también. Hemos visto a muchos amigos que ya no están aquí.
Para correr se necesita poner en la balanza muchas cosas y tener fuerza para elegir cosas y desechar otras. Se necesita correr con algo de alegría y algo de ilusión, de otra manera se convierte en un sufrimiento estéril.
En mi cabeza no pasaban estos pensamientos cuando tenía 30 ó 40. Este no es un deporte para viejos que se sienten viejos. Quizá el punto de partida sea ese.
Siempre he pensado que mantendría esa alegría e ilusión para siempre pero no es así, a veces se va y desaparece y solo corres con tu propia vejez, con un cuerpo gordo y débil de 50 años.
Al final, esto es dar un paso detrás de otro y no dejarlo hasta llegar. La misma historia de maratón de siempre, vivida de forma más pobre y menos ilusionante, pero al final te cuelgas la medalla, recoges la bolsa con tus cosas y vuelves a casa.
Me descalcé y caminé por la Castellana que estaba ya vacía sin gente ni corredores. Otro año más, quizá el último.
No se es más maratoniano por correr más rápido, o entrenar mejor. Se es maratoniano
o no se es, y punto. Y yo lo soy.