DE VUELTA A VOMERO

El lunes tocaba día de descanso pero mis rodillas siguen algo resentidas y la sensación de agotamiento me persigue. Esa sensación no era nueva, ya lo había vivido antes, siempre me pasa lo mismo, tras unos días de vorágine y desenfreno viene el bajón, la vuelta a la realidad. Que ese mundo no es para mí.

Me acerqué a mis Vomero las pedí perdón por haberlas abandonado por unas jovencitas alocadas que conocí un día por ahí y me han abierto de nuevo las puertas de la felicidad.

Martes 6.45, con mis Vomero ya en los pies, comienzo a correr con la sensación de máquina pesada, ralentizada y algo torpe, justa de fuelle. Tengo la esperanza de que mi compañero le haya dado por descansar pero, ... ¡noooooooo¡, le veo al final de la calle a toda leche, como una locomotora y pienso que no tengo piernas para ningún envite, están duras y caen a plomo. Tampoco tengo tiempo para escapar.

Creo que ahora voy a pagar estos días de entrenamiento desenfrenado. Mis Vomero sonríen y me dicen que me merezco un buen escarmiento. Y tanto, 70´, 14.09k, a 5,02 de media, cuestas y cambios de ritmo, todo a tutiplén.

Desde el minuto 5 ya me quería dar la vuelta. Han sido 70´intensos, constantemente a tirones, obligando al cuerpo a adaptarse, a recuperar y a volver a darlo todo. El compañero se me escapaba a veces pero terminaba acercándome lo suficiente.

De vez en cuando nos cruzábamos con algún corredor, de los de trote ligero, casi al paso, vista al frente, sonriente, gesto feliz, respiración controlada y perrito juguetón. Ya ni me acuerdo de lo que era eso.

Cuando termine todo esto un día saldré a correr a ritmo de abuela y con chandal, no digo más.

Hoy mi padre me ha invitado a comer fabada de primero y cordero de segundo. Rioja y de postre un tocino de cielo. Le dije ¿es esta la dieta de un corredor? y el me contesto que hay Acuarius en la nevera.

Mañana de nuevo a pagar todos mis excesos.