viernes, 10 de julio de 2015

La esquina y el maratoniano que lo es en lo pequeño, lo será en lo mayor.

Porque me lo debo, porque es lo que tiene que ser, salir de casa, completar el rodaje y no parar hasta doblar la esquina y avanzar esos últimos y escasos metros que restan para llegar al portal de casa.

Alfaomegajeando por la vida subido a unas zapas camuflado con ropa de corredor. 

Nótese el  neologismo para la ocasión.

Pude dejarlo antes de girar, siempre me lo planteo, una vez tras otra, cuando llego a ese lugar se me aflojan las piernas instintivamente y mi cuerpo parece decidir que ya ha llegado y que toca pararse.

Pues no. No toca. Troto a seis o incluso siete, y aún así voto a bríos, y tan solo cinco segundo después finiquito.

Yo soy el que corría, que seguro debe tener una traducción al navajo originario digna de decir, y recuerdo que las cosas se empiezan y se acaban, y que entrados en faena, debo decir que se deben acabar mejor que se empiezan, puesto que al final de todo -absolutamente todo- es maratón, lo grande y lo pequeño.

Que el maratoniano que lo es en lo pequeño, lo será en lo mayor.

Hace meses que no paso mis entrenamientos al portátil, hace tiempo que dejó de interesarme mi declive. Corro por mera subsistencia, que en este sentido viene a ser "insistencia en el sub algo", lo que sea, si voy a siete me alegro de bajar a seis, si voy a seis me alegro de bajar a cinco, si voy a cinco lo rimo.

Porfío, no desespero, pincha el talón en toda su extensión, unas veces aquí y otras allá. Paro dos o tres días y hago otro rodaje. Me pico con los señores que pasean, los pájaros se posan y no levantan el vuelo hasta que me ven muy, muy, muy cerca, pero ahí seguimos, haciendo cosas importantes en silencio. Lo llamaré "hemorro-running", que es otro neologismo.